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Ciencia o Filosofía: variables hermenéuticas de la investigación científica

 Esta entrada pretende resumir aquellos factores presentes en la investigación científica que demandan su aproximación al carácter autocrítico de la filosofía, sin por ello despreciar la base experimental de sus logros, la exactitud a la que aspira a través de la cuantificación de los hechos, su recurrente especialización y acotamiento del saber o la incontestable instrumentalización de su objeto de estudio. Se parte, pues, de los objetivos de la filosofía de la ciencia según autores como T. Kuhn o P. Feyerabend en torno al progreso y presunta objetividad del saber científico, teniendo en cuenta ciertas variables que lo niegan o dificultan. Esas variables las cita, por ejemplo, el propio Kuhn en el siguiente fragmento de la obra Objetividad, juicios de valor y elección de teorías: “Lo natural hoy parece ser pensar que en la ciencia no existe progreso, y que el desarrollo científico se produzca a tientas y sin la convicción que le caracteriza, bajo un cúmulo de elementos o factores lógicos, psicológicos y sociológicos que influyen en uno o varios miembros de una comunidad científica y que hacen posible salir de una situación de crisis con inéditas soluciones”.

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A vueltas con el evolucionismo

La tesis elemental del evolucionismo se resume en que el mundo es el resultado del cambio temporal de una realidad básica, la que en origen explicaría el desarrollo y la diversidad de la naturaleza que hoy conocemos, una vieja idea de la evolución que encontramos en los inicios de la filosofía occidental. Se puede decir que la concepción de la naturaleza que tienen la mayoría de los primeros filósofos griegos, desde Tales de Mileto hasta Demócrito, es evolucionista. Pero no fue esta concepción sobre la naturaleza la que se defendió y difundió posteriormente, sino su contraria, el fijismo o creacionismo, que afirma la permanencia e invariabilidad de las especies animales en un mundo permanente y estático, sin duda determinado por aquellas creencias religiosas que han considerado durante siglos que toda criatura es el resultado del acto creativo de Dios. Y entre esas especies se alza el hombre como especie singular e inalterable, cuya identidad posee un protagonismo indiscutible en la jerarquía de la creación. Esta mentalidad fijista, sin embargo, entró en crisis durante el siglo XIX. Y fue Lamarck (1744-1829)  el primero que expuso una concepción bien distinta sobre los mecanismos del proceso evolutivo.  Los cambios del medio provocan alteraciones  en las necesidades de los organismos vivos, que obligan a transformar su estructura anatómica para adaptarse y satisfacer las nuevas necesidades, trasmitiendo estos cambios a las generaciones sucesivas.

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