Menudas criaturas

Hubo un tiempo en el que nombrar a Dios en las aulas despertaba la sonrisa en el alumnado. Incluso algún gesto de frialdad o descredito por nuestro trabajo ante la proximidad de la fe. Y eso que la cosa empezaba bien con los presocráticos, aportando una genealogía de la divinidad en su versión más cosmológica y compatible con la physis. Pero muy pronto las Ideas perfectas de Platón exigieron cierto recato. Tanto que hubo que adaptarse a una nueva sensibilidad por los asuntos teológicos con la ayuda de una cómplice lógica filosófica. Al menos las cinco vías de Tomás de Aquino se prestaban fácilmente al aprendizaje. Con Hume y Kant florecieron críticas sensatas a los abusos del racionalismo teológico. Con Marx y Nietzsche sellábamos la desaparición de las creencias, no sin recordar que nos hallábamos aún en ellas, que la tradición es poderosa y el lenguaje  ostenta una divina gramática. Quién sabe si hoy no escandaliza más Nietzsche que Anselmo entre el alumnado más susceptible…

Un mal menor (o casi)

No es un tema tabú. Ni para la filosofía ni para la literatura. Sobre el mal hablamos con criterio si acudimos a la razón, que presume de evaluar nuestra conducta con mucho juicio. No menos con el sentimiento si el corazón siente como rechazables las acciones más denigrantes. Sobre el bien y el mal hay mucha filosofía, mucho cine y mucha literatura. El mal frente al orden, el mal como devenir, el mal como ignorancia, el mal involuntario, el mal como casi o demasiado, el mal como monstruo, como diferente e intempestivo, el mal con el bien porque se complementan, el mal como ausencia, el mal como desviación de mi naturaleza, el mal como decisión, no hay mal que por bien no venga, el mal pasional, el mal inútil y asocial, el mal culpable, el mal ajeno, el mal como locura y enfermedad, el mal como alienación, el otro que llevamos dentro, el mal como el lado oscuro de la fuerza…  

Lectura igual a utopía

Leer, leer y leer.

Que nadie se engañe. No es fácil comprender la filosofía si no disponemos de un buen vocabulario para que bailen nuestras neuronas hasta disfrutar de lo lindo. Y el estudio será inútil si prescindimos de las palabras con las que debemos hacernos entender. Con las palabras tocamos a las cosas y tomamos conciencia del protagonismo que tienen en nuestras vidas. En ellas nos reflejamos hasta darnos cuenta de la complejidad del saber, de nuestras emociones y deseos, de nuestros proyectos de futuro, también de la singularidad de la vida de los demás, que bien merece recrearse bajo nuestro punto de vista simbólico. Sin palabras no hay punto de vista o apertura en el horizonte de la acción. Por eso se necesitan indicadores que manifiesten las ideas y las emociones de las que surgen, expresadas con más o menos contención y estilo en la ficción, en el ensayo o en el artículo periodístico. Sobran motivos para leer sin descanso y enriquecerse con las palabras mientras estás sirvan de ayuda para conocerse o edificarse.